VATICANO, 29 Jun. 11 / 09:48 am (ACI)
Al presidir este miércoles en el Vaticano la Misa por la Solemnidad
de San Pedro y San Pablo, el Papa Benedicto XVI meditó sobre el sentido
de su ministerio sacerdotal, al cumplirse hoy el 60º aniversario de su
ordenación ministerial.
“‘Ya no los llamo siervos, sino amigos’
Sesenta años después de mi Ordenación sacerdotal, siento todavía resonar
en mi interior estas palabras de Jesús, que nuestro gran Arzobispo, el
Cardenal Faulhaber, con la voz ya un poco débil pero firme, nos dirigió a
los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de Ordenación”, dijo el
Pontífice.
“Yo sabía y sentía”, agregó “que en ese momento esta no era sólo una
palabra ‘ceremonial’, y era también algo más que una cita de la Sagrada
Escritura. Era bien consciente: en este momento, Él mismo, el Señor, me
la dice a mí de manera totalmente personal. En el Bautismo y la
Confirmación, Él ya nos había atraído hacia sí, nos había
acogido en la familia de Dios. Pero lo que sucedía en aquel momento era
todavía algo más. Él me llama amigo”.
“Me acoge en el círculo de aquellos a los que se había dirigido en el
Cenáculo. En el grupo de los que Él conoce de modo particular y que,
así, llegan a conocerle de manera particular”.
“Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo
Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono
tus pecados”.
“Sé que tras estas palabras”, continuó el Pontífice
emocionado “está su Pasión por nuestra causa y por nosotros. Sé que el
perdón tiene su precio: en su Pasión, Él ha descendido hasta el fondo
oscuro y sucio de nuestro pecado. Ha bajado hasta la noche de nuestra
culpa que, sólo así, puede ser transformada”.
“Y, mediante el mandato de perdonar, me permite asomarme al abismo
del hombre y a la grandeza de su padecer por nosotros los hombres, que
me deja intuir la magnitud de su amor”, agregó.
El Santo Padre admitió que el llamado de Dios “puede hacernos
estremecer a través de las décadas, con tantas experiencias de nuestra
propia debilidad y de su inagotable bondad”; pero en su llamado, el
Señor invita a vivir plenamente la amistad.
“La amistad es una comunión en el pensamiento y el deseo. El Señor
nos dice lo mismo con gran insistencia: ‘Conozco a los míos y los míos
me conocen’”
“Él me conoce por mi nombre. No soy un ser anónimo
cualquiera en la inmensidad del universo. Me conoce de manera totalmente
personal. Y yo, ¿le conozco a Él? La amistad que Él me ofrece sólo
puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que
yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración,
en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que
Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más”.
“En la amistad”, prosiguió el Pontífice “mi voluntad se une a la
suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y
justo así llego a ser yo mismo”
“Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a ser una sola
cosa con tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino
junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más Tu amigo”, dijo el
Papa Benedicto.
Al referirse luego a la vocación del sacerdote, el Papa dijo que “el
Señor nos exhorta a superar los confines del ambiente en que vivimos, a
llevar el Evangelio al mundo de los otros, para que impregne todo y así
el mundo se abra para el Reino de Dios”; pero para ello “necesitamos el
sol y la lluvia, la serenidad y la dificultad, las fases de purificación
y prueba, y también los tiempos de camino alegre con el Evangelio”.
“Volviendo la mirada atrás” rememoró, “podemos dar gracias a Dios por
ambas cosas: por las dificultades y por las alegrías, por las horas
oscuras y por aquellas felices. En las dos reconocemos la constante
presencia de su amor, que nos lleva y nos sostiene siempre de nuevo”.
El Pontífice luego preguntó: “¿Qué clase de fruto es el que espera el Señor de nosotros?”
“El auténtico contenido de la Ley, su summa, es el amor a Dios y al
prójimo. Este doble amor, sin embargo, no es simplemente algo dulce.
Conlleva en sí la carga de la paciencia, de la humildad, de la
maduración de nuestra voluntad en la formación e identificación con la
voluntad de Dios, la voluntad de Jesús Cristo, el Amigo. Sólo así, en el
hacerse todo nuestro ser verdadero y recto, también el amor es
verdadero; sólo así es un fruto maduro”.
“Amor significa abandonarse, entregarse; lleva en sí el signo de la cruz”.
Finalizando su homilía, el Pontífice dijo que “me he sentido
impulsado a decirles – a todos los sacerdotes y Obispos, así como
también a los fieles de la Iglesia – una palabra de esperanza y ánimo;
un palabra, madurada en el experiencia, sobre el hecho de que el Señor
es bueno”.
“Este es un momento de gratitud: gratitud al Señor por la amistad que me ha ofrecido y que quiere ofrecer a todos nosotros. Gratitud a las personas que me han formado y acompañado. Y en todo ello se esconde la plegaria de que un día el Señor, en su bondad, nos acoja y nos haga contemplar su alegría”, concluyó.
“Este es un momento de gratitud: gratitud al Señor por la amistad que me ha ofrecido y que quiere ofrecer a todos nosotros. Gratitud a las personas que me han formado y acompañado. Y en todo ello se esconde la plegaria de que un día el Señor, en su bondad, nos acoja y nos haga contemplar su alegría”, concluyó.