1. Acabamos de escuchar el evangelio: nos dice que en aquel
tiempo Jesús se puso a hablar a la gente acerca del Reino de Dios y curó
a los que lo necesitaban. Caía ya la tarde y los discípulos se le
acercaron para pedirle que despidiera a la gente como diciendo: ya se
terminó el trabajo, es hora de irse a casa. Pero Jesús sentía otra cosa.
Jesús se daba cuenta de que la gente lo seguía porque quería estar con
Él.
A todos nos conmueve cuando alguien quiere estar con nosotros
simplemente porque nos quiere. A Jesús también le conmueve que la gente
se quiera quedar con Él. El pueblo sencillo intuye que esto es lo más
profundo del corazón de Dios: Jesús es el Dios con nosotros, el Dios que
vino para quedarse en nuestra historia: “todos los días estoy con
ustedes, hasta el fin del mundo”. Jesús se alegra de que la gente tenga
ganas de estar con Él porque siente que es el Padre el que alimenta este
deseo en el corazón de los hombres: “Nadie viene a mí si mi Padre no lo
atrae. Y yo no rechazo a ninguno de los que Él me da”.
Es verdad que la gente le pedía que sanara a los enfermos y que a
todos les gustaba que les contara parábolas y les hablara del Reino,
pero más que nada a la gente le gustaba estar cerca de Jesús, quedarse
ratos largos con Él. La gente intuía con su Fe que Él ya entonces era el
Pan Vivo, el Pan del Cielo que el Padre nos da; y estar cerca de ese
Pan da Vida, Vida Plena. Como dice el Buen Pastor: “Mis ovejas escuchan
mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Y Yo les doy Vida eterna” (Jn.
10, 27-28).
2. Esto acontece también hoy. La gente sigue a Jesús. Aunque no
siempre venga a las ceremonias a las que invita la Iglesia, porque la
cultura pagana que nos invade tiende a desvalorizar nuestras tradiciones
y busca reemplazarlas, pero el pueblo fiel de Dios continúa escuchando
la voz de su Buen Pastor y lo sigue. Me gusta pensar que las peticiones
del pan, del trabajo, de la salud… y las promesas con que nuestro pueblo
acude al Señor además de constituir necesidades verdaderas, son como
excusas lindas que tiene nuestra gente para estar cerca de Jesús. El
pueblo fiel de Dios sigue deseando con hambre verdadera a Aquel que es
su Pan de vida. Lo vemos porque cuando alguien habla con el pan de la
verdad, como Jesús, dando testimonio con su vida, nuestro pueblo le
cree.
Cuando alguien obra al estilo de Jesús, con el pan de la mansedumbre y
la santidad, nuestro pueblo se le arrima con devoción, como vemos que
pasa con nuestros santos: Ceferino, el cura Brochero, don Zatti, la Mamá
Antula…
Cuando alguien pone en práctica los gestos de Jesús y comparte el pan
de la misericordia y el pan de la solidaridad, nuestro pueblo lo
reconoce y le ofrece su colaboración, como vemos que sucede en torno a
la gente buena que ayuda a los demás.
Y donde están los signos del Pan – la Casa y la Madre-, los signos
de que Dios quiso quedarse con nosotros, como en Lujan, nuestro pueblo
acude masiva y mansamente. Como decíamos el día de la Virgen: en Luján
María se quedó con nosotros, para que sintamos que nuestra Patria tiene
una Madre y que el Santuario es la Casa de los argentinos.
3. Seguimos a Jesús allí donde es más Pan, allí donde nos muestra
que quiere “estar con nosotros”. La Eucaristía es el Signo mayor de ese
deseo ardiente del Señor de alimentarnos, de darnos Vida, de entrar en
comunión con los hombres. Por eso es el Sacramento de nuestra fe, la
prueba de su amor. Nosotros, que tenemos la gracia de vivir en esta
tierra bendita y que sabemos discernir lo que es un buen pan, no podemos
reemplazar esa hambre del Pan verdadero. Como pueblo Argentino, que
sabe lo que es el verdadero pan,
le decimos sí al Pan de Vida –Jesucristo- y le decimos que no las sustancias de la muerte;
le decimos sí al Pan de la Verdad, y le decimos que no al palabrerío de los discursos huecos y banales;
le decimos sí al Pan del Bien común, y le decimos que no a toda exclusión y a toda inequidad;
le decimos sí al Pan de la Gloria que parte para nosotros Jesús
resucitado y le decimos que no a la chabacanería pagana que deja vacío
el corazón.
4. Nosotros sabemos que sólo Jesús es el Pan de Vida. El Padre
nos lo ha dado. Hay un solo Pan vivo y verdadero que nació en Belén,
creció en Nazareth, murió en el Calvario y resucitó el domingo:
Jesucristo, nuestro Señor.
Y queremos hacernos cargo de que ese pan, así como es un regalo de Dios es también un trabajo para nosotros.
El Señor nos pide que lo ayudemos a repartirse como Pan, quiere estar
cerca de la gente que lo necesita a través de nuestras manos.
Jesucristo, Pan de vida quiere que lo ayudemos a darse, a partirse
para estar, a ser pan para alimentar y a repartirse para unir, para
unirnos a todos en torno a sí: a nuestras familias y a nuestro pueblo
argentino.
El Señor no sólo tiene el amor de darse sino la delicadeza de
hacernos participar en la dulce tarea de repartirlo. Y al repartirlo nos
hacemos Comunidad. Porque el Pan crea vínculos, hace que nos quedemos,
que trabajemos juntos para prepararlo y luego hagamos sobremesa para
agradecerlo. Es tan especial la comunión que el Señor gesta con la
Eucaristía, que quiso dejar en su Iglesia a personas que consagran su
vida entera al servicio del Pan. Los sacerdotes hacemos que el Pan de
Vida esté siempre al alcance del Pueblo de Dios. Rezamos hoy
especialmente por ellos, por nuestros curas, en este fin del año
sacerdotal. Les damos las gracias por hacer presente a Jesús en medio de
nuestra vida cotidiana, en cada perdón, en cada unción, en cada
Eucaristía.
5. ¡Alabado sea el santísimo Pan del Cielo, que nuestro Padre nos da!
Acerquémonos a recibir el Pan de vida, roguémosle al Señor que se
quede con nosotros. Pidámosle de corazón: Señor, danos siempre de este
Pan.
Recibamos y compartamos con todo nuestro amor el Pan de Vida en esta
fiesta del Corpus. Pan recibido, Pan compartido. Que el Cuerpo y la
Sangre de Cristo nos guarden para la vida eterna.
Buenos Aires, 5 de junio de 2010
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j